domingo, 7 de abril de 2013

Lavarse los dientes.


Cuando acabo la película le paso el mando de la televisión a su madre y le dijo que iba a coger el ordenador un rato, y esta a su vez le dijo que no lo quería que se iba a ir a dormir. Aun así, la madre cogió el mando y cambio de canal no sin pedirle que se lavase la boca.

-¡Que poquito me queda!-se quejo la hija del final de su vacaciones mientras se dejaba caer del sofá hasta el suelo estirando la espalda y levantando los brazos.

Se levanto y camino por el pasillo únicamente iluminado por la luz procedente del salón con desgana.

Por el camino comenzó a preguntarse cuándo había dejado de hacer ilusión volver a clase para ver a sus compañeros y comenzar de nuevo a aprender. ¿Cuándo había dejado de interesarle lo que enseñaban en clase? ¿Cuándo dejo de interesarle todo, o casi, lo que le ofrecía el mundo?

Llego al baño, encendió la luz y cerró la puerta tras de sí. Entonces se miro al espejo, vio sus ojos llorosos cada vez mas rojos y se llevo el puño izquierdo junto a la cabeza. Unos instantes después se aparto el pelo con esa misma mano, acción que tuvo que repetir porque un mechón travieso nacido de la nuca se resistía a marchar.

Acto seguido se dispuso a obedecer a su madre: cogió su cepillo de dientes de un rojo brillante  y claro, le quito la tapa, cogió y abrió el tubo de pasta y lo apretó arrojando su contenido antes blanco con rayas rojas, ahora de un rosa heterogéneo. Sus movimientos eran lentos y precisos, también bastante elegantes.

Volvió a mirar su reflejo mientras comenzaba su tarea. En sus ojos se notaban cada vez más los pequeños capilares y pronto asomo una tímida lagrima por el ojo derecho.

¿Cuándo había dejado de ilusionarle volver a clase? ¿Cuándo dejo de importarle el mundo que la rodeaba?

La solitaria lagrimita se acercó a su nariz y se dejo guiar por su contorno. Trago el exceso de saliva. Era extraño: cuando lloraba apenas derramaba lagrimas, pero si salivaba mucho, y pronto otras glándulas de su cara también excederían su producción. Se seco la lagrima, que quería llegar hasta su boca.

Cuando acabo de lavarse los dientes se giro y cogió un trozo de papel, lo dobló, se seco los mocos que querían intentar lo que la lagrima no consiguió y lo volvió a doblar cuidadosamente, pero sin prestarle atención, en su puño.

Mirándose, de nuevo, en el espejo se seco los brillantes parpados inferiores de ambos ojos varias veces. Acto seguido intento cambiar su expresión y se puso recta, asintió y junto sus manos, cuyos dedos estaban doblados, en un gesto para darse ánimos.

Su madre, que seguía frente al televisor, no debía preocuparse al verla triste por sus estúpidos e infantiles motivos. Aun que si hubiese subido las escaleras hacia su habitación en busca del portátil llorando silenciosamente, como lo hacía siempre que lloraba, la mujer no se hubiese enterado.

Seguían en su mente aquellas cansadas y repetitivas preguntas. No era la primera vez que lloraba por eso, tampoco sería la última. Cosa que comprobó minutos más tarde sentada frente al ordenador en su cama.