Mañanas tranquilas, perezosas, de luz clara y amable. Sin prisas, sin nervios, llenas de posibilidades, faltas de resultados. Camas desechas, ventanas abiertas, respiraciones pausadas, brisa fresca. Quisiera vivir en una mañana de verano, escuchando a los pájaros cantar, con mensajes de buenos días contestando al que mandé un par de horas antes, con tiempo para pensar.
Pensar, en lo bueno y en lo malo. Por unos instantes desear evaporarme, pero pronto volver a acompasarme con el mundo, tranquilo, perezoso, dulce. Quisiera vivir en una mañana de verano, pues en ellas lo hallo todo, una casa para mí sola, una conversación que compartir, silencio, ruido, alegría, tristeza, calma y tempestad.
El verano acabará, o al menos todos los anteriores lo hicieron, y volverá el ajetreo y el estrés, y me dirán que lo he desperdiciado tirada en la cama frente a una pantalla, pero entre todas las opciones al alcance de mi mano, lo sé, es la mejor.
Si pudiera viajar, viajaría, pero ya que no puedo irme lejos de los lugares de siempre, me quedaré en el más seguro me parece, contemplando las placidas mañanas de verano a través de una ventana abierta.