Era una fresca noche de finales de primavera. La pequeña Marie se preparaba para dormir: llevaba puesto su largo camisón y estaba desaciendo la cama. Miró por la ventana abierta, desde ella se podía ver un hermoso valle y, en el cielo añil, se veían millones de puntos brillantes, pero no todos eran estrellas.
Una de esas luces se paró junto a la ventana, Marie se acercó timida, con miedo de espantarla, y vió como aquel ser la saludaba antes de seguir su camino.
-¡Mamá, mamá! -la niña salio corriendo de la habitación- ¡He visto un hada, mami! -dijo tirando de la manga de su madre
-¿Qué dices, Marie? -contestó la madre mientras la niña la arrastraba escaleras arriba hasta su dormitorio
-Allí, mami, en la ventana. ¡Se paró y me saludo!
La mujer se asomó a la ventana y solo vio una nube de luciernagas cruzando el valle en dirección al lago.
-Son solo luciernagas, cariño, debiste imaginartelo. -murmuró en un tono dulce y condescendiente- Ya es tarde, duermete -llevó a al niña a la cama y le dió un beso en la frente.
Salió de la habitación, cerró la puerta y volvió a lo que estaba haciendo.
Mientras tanto, la "luciernaga" que se había parado, salío de su escondite, pegada a la pared exterior junto a la ventana, entre las enredaderas que cubrían el muro, entró en la habitación y besó, de nuevo, a la niña, que ya dormia, en la frente. Después, se marcho junto a sus compañeras en su migración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario