Al alejarme del cristal el oscuro paisaje al otro lado de la ventana cambia. Aquellas cosas hermosas que veía no eran más que partes de mi reflejo, y si alguna queda, no es suficiente, no para mí. Desde lejos, todo se ve diferente; los detalles ya no ciegan, una perspectiva más amplia te permite enlazarlos, comprenderlos.
Nada queda para mí sin esas pequeñas figuras pálidas y solas mirándose a los ojos, directos al alma, aun con la distancia, entre los altos arboles; y ya no están, ya no estoy. Su mirada hacia mucho que iba al suelo.
Ahora es momento de dormir, pequeña. Los monstruos de ahí fuera no pueden hacerte más daño. No si no los piensas. Déjalos ir, no es a ti a quién buscan.
Y tal vez vuelva a salir el sol para iluminar su mortecina tez, sus oscuros ojos, su más oscuro cabello. El exceso de luz de esta habitación no era suficiente, jamás lo sería mientras los monstruos se la siguieran tragando con sus agujeros negros. Continuaría brillando hasta consumirse, hasta consumirme y apagarme.
Ahora es momento de dormir, pequeña. He de cuidar de ti, he de cuidar de mí. Debemos volvernos fuertes para cuando se abra la puerta, para cuando salgamos a enfrentarnos a nuestros propios monstruos. Los que no están dentro ya.
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