Su parte sensible se desangra, pero en lugar de detenerse a limpiar, suturar y vendar las heridas, ha atado fuerte un torniquete. Y, como al cortar el riego sanguíneo a cualquier extremidad de su parte física, corre el riesgo de perderla para siempre. Probablemente ya se esté muriendo.
Golpea su cabeza contra las paredes, para entumecer su mente, le es más fácil continuar sin pensar. Su corazón se ahoga en su pecho encharcado de dolor, como si de petroleo en la mar se tratara. Su alma se asfixia, encadenada en la oscuridad, con ansías de libertad.
Cuando ya no puedan más soportar los golpes, cuando se mueran ya las partes que más le sufren, ¿qué será de su marchito cuerpo, débil y cansado? Quizás sin consciencia quede para el resto de la eternidad.
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