Quedaban en el reino solo dos caballeros en pie, Esperanza y Sinceridad. Pero este último, antaño piadoso y reconfortante, se había tornado cruel y, de igual manera que había acabado con el resto de caballeros, sesgó con su filo a su compañero Esperanza.
Ya no quedaba nadie con fuerzas para luchar contra la oscuridad que ahogaba al reino. La ciudad estaba perdida y con el tiempo también lo estarían los bosques. La gente se aferraba a sus deseos de autodestrucción y se dejaba llevar en busca de dolorosos placeres.
Las calles olían a alcohol, orina y sangre. En los besos ya no había rastro de cariño y la mitad de los te quiero eran falsos. Tan bajo habían caído que ni el dinero les importaba, jugaban con la humillación al contrario como premio.
Había sido tan lentamente que nadie se dio cuenta hasta que fue tarde. Todos los caballeros habían ido cayendo; Cariño, Honor, Respeto, Compasión, Sueño... Todos excepto Sinceridad y este se limitaba a comportarse como lo hacía la realidad.
Pronto el reino sucumbiría sin nadie que cultivara las tierras, alimentara el fuego y curara a los enfermos. Con la muerte del caballero Esperanza, se podían dar todos por muertos.
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