martes, 15 de julio de 2014

Silencios.

Intentas decir algo, pero no sabes qué escribir. No hay ninguna frase capaz de transmitir lo que sientes, lo que piensas. Te encoges sobre ti mismo, con la cabeza gacha, las palmas de las manos clavadas en tus ojos y mejillas y los codos en las piernas. Te frustras, y cuanto más te frustras, más difícil resultará hacer entender a otro el nudo de emociones. Todo lo que se te ocurre suena forzado y no muestra lo que quieres. Te quedas callado. Quizá sea mejor no arriesgarte a mal-interpretaciones. Quizá sea mejor dejar que todo siga su curso y no mostrar tu frustración.

Esto duele, claro. Tragarte algo que quieres expulsar no es agradable. Tal vez si fueras capaz de comprender cómo funcionan las mentes de los otros.. Pero, no, solo sabes que la tuya es un caos. Exasperante. Deseas que acabe pronto, pero el tiempo se vuelve lento y el aire pesado.

Sigues intentando encontrar las palabras, pero después de tanto rato casi se te ha olvidado qué querías decir. Con el tiempo se te irá pasando, te inundará el vacío y una sensación de inutilidad y fracaso se apoderarán de ti. Ojalá te hubieras arriesgado, tal vez no hubiera salido tan mal. Ahora ya es tarde, ya no sabes ni qué piensas o sientes.

Ver lo que hay en tu mente me destrozaría,
pero si hay una  pequeña  posibilidad
de que viendo lo que hay en la mía pudieras salvarte
nada me impediría arriesgarme.

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