lunes, 28 de abril de 2014

The hole.


Hay un vacío abriéndose paso en mí. Cualquiera podría llenarlo, pero nadie lo hará.

Es como un boquete tan grande que ocupa la pared entera. Y esta ya no puede contener lo que hay dentro. Sin darse cuenta, muchos ponen un nuevo ladrillo que ayuda a mantenerlo, con pequeños gestos, pero es insuficiente: pronto la corriente lo arrastra.

Y me desbordo, poco a poco. Y me vacío, a cada instante. Pero es invisible. No se darán cuenta. Quizás porque sea tan común que ya no nos llama la atención. quizá porque jamás me atreva a pedir lo que necesito.

No es difícil ayudar. Lo complicado es que la ayuda dure y no se desperdicie.

Necesito lo que estoy entregando. Necesito que me paguen con la misma moneda. Regalar lo que me falta es la única forma de que lo devuelvan, pero no siempre lo hacen.

Si el agujero sigue creciendo, volverá el vacío de antaño, aquel que creí por siempre llenado. Tal vez sea mejor así. Que vuelva, que vuelva la calma a mí. Susurra algo en mí interior. Pero, no, que no regrese. Respondo gritando en silencio. Que jamás regrese el vacío.


Tic, tac. Tic, tac.
¿Quién ganará?

miércoles, 23 de abril de 2014

Matando dragones.

Son ya difíciles de encontrar esas mágicas criaturas nacidas del fuego para que llegue el narcisista caballero de turno y decida matarlo. Cree que así recuperará a la princesa, sin parar ni un instante a pensar que quizá no se la robaron, que quizá ella nunca fue suya, que siempre fue libre, que decidió marcharse.

Y, es que, para el ególatra en armadura, es impensable el rechazo. Es incapaz de aceptar que en la cueva del dragón haya más oro escondido que el que pueda haber en su castillo.

Tal vez la verdad sea que el dragón es quien realmente rescató a la damisela, pero la historia la escriben los vencedores, no sus muertos enemigos. Tal vez la realidad sea que la princesa nunca quiso ir con ninguno de los dos, pero nadie le dio otra opción.

Quiero dragones, fuertes, solitarios, llenos de rugiente magia, que vuelan y caminan. Quiero princesas que hablen y luchen, que decidan, que se hagan escuchar. Quiero príncipes que pierdan, que escuchen, que no basen su valor en sus conquistas amorosas.


No maten dragones, son difíciles de encontrar.

El mundo se convulsiona.




Todo está cambiando. Estos años han aparecido nuevas profesiones que nuestros padres eran incapaces de imaginar. Se están levantando revoluciones por todo el mundo. Se están legalizando cosas que nunca debieron ser ilegales.
Muchos están abriendo los ojos, muchos nunca los tuvieron cerrados. Muchos nacimos con el cambio. Forma parte de nosotros. Ahora sabemos el por qué y el cómo de muchas cosas y eso únicamente nos crea más preguntas.
Las fronteras del conocimiento se expanden, lo quieran o no los conservadores, ¿por qué no lo hacen también las sociales y políticas? Si sabemos que el cambio climático no es un cuento, que está sucediendo, que acabará con nosotros, ¿por qué aquellos que tienen poder no hacen nada por pararlo? Si sabemos que aquellos cuyo género o sexualidad se salen de lo preestablecido como "normal" no están enfermos, ¿por qué en muchos lugares se les sigue tachando de tales e incluso castigando? Si sabemos que mujer no es sinónimo de de débil ni sumisa, ¿por qué se sigue poniendo al hombre como superior?
Muchos se oponen al cambio, a la evolución, a la mejora, por el simple hecho de que a ellos hasta ahora les ha ido bien así. Pero no puede durar. Cuando no queden cultivos ni animales con los que puedan alimentarse, cuando ya no les queden ni apoyos ni a quienes robar, entonces y solo entonces se darán cuenta de su error.
Mientras tanto, aquel capaz de mirar más allá de sus narices y de comprender lo que ve, debería hacer algo por el mundo. Aquel que tenga oportunidad de ayudar al prójimo debería aprovecharla. No son necesarias grandes cosas para hacer este planeta un poco más habitable: dona sangre, hazte voluntario, conduce con precaución, no seas violento, cuenta hasta diez antes de gritar, aprende a escuchar, se tolerante con las diferencias, atrévete a decir las cosas buenas que te callas, no te dejes llevar por las masas, piensa antes de hacer. Y esto no es nada. Se puede hacer mucho más. Los pequeños actos de bondad son lo que realmente importa. 
Si todos actuamos con cabeza, todo irá bien. Todo puede ir bien. Pese a que muchos se opongan.
Nadie es una isla solitaria en este mundo, somos, por suerte o por desgracia, archipiélagos. Si contaminas tus aguas, la suciedad llegará a las del vecino. Si pides ayuda, alguien te la dará. Y esto es algo que siempre olvidamos.
Debemos comenzar a vivir como individuos únicos que forman parte de una misma especie y aprender que tenemos diferencias y similitudes, que lo que daña a uno puede dañarnos a todos. No importa si está en la otra punta del globo.
Por último, pido que no permitas que te silencien. Hazte oír, sin gritar, sin perder la calma, con argumentos, con objetividad. No intentes que tus padres estén orgullosos de ti, si no tus hijos.

jueves, 17 de abril de 2014

La mansión de las cosas por hacer.

Había una casa vacía, donde vivía una chica solitaria de pálida piel, de cabello desordenado. La casa era grande, llena de habitaciones por recorrer, de estanterías por llenar, de cuadros sin pintar, de ventanas y puertas sin abrir. La chica era pequeña, atestada de sueños por realizar, de ideas que compartir, de tiempo sin aprovechar, de vida sin vivir.

Tenía una larga lista de cosas que hacer, de aventuras que correr, de lugares que visitar, y nunca parecía llegar el momento de completarla. El tiempo pasaba, y pasaba, y pasaba, y ella se desesperaba. Nada cambiaba de un día a otro: las habitaciones seguían sin habitantes, las estanterías no sustentaban nada, los lienzos seguían en blanco, las ventanas estaban atrancadas.

Un día llego a la casa un fantasma que alborotó la calma del lugar. Las flores del jardín, que tanto habían costado mantener con vida, comenzaron a crecer descontroladamente, escalaban enjoyadas enredaderas por las fachadas. Las velas, candelabros y lamparas se encendían solas cada noche, incluso la chimenea si hacía frío. Las polvorientas y aterciopeladas cortinas se abrieron de par en par. Después de mucho tiempo los pájaros volvieron a anidar el los árboles que rodeaban la casa.

Con su poder y, sobre todo, con su compañía, el fantasma había hecho el lugar mucho más cálido y agradable. Pero las estanterías seguían vacías; los lienzos, sin pintar; las habitaciones, sin gente.

Faltaba algo. Faltaba algo. ¿Qué faltaba? ¿Qué faltaba? ¿Cómo conseguir el tiempo? ¿Cómo conseguir las ganas? ¿Cómo conseguir las oportunidades? ¿Cómo conseguir los recuerdos que llenen las estanterías si no se hace nada que merezca ser recordado?
Giraba y giraba veloz, clavando una de las cuchillas sobre el hielo. La otra pierna tenía estirada hacia atrás y su larga melena formaba una espiral a su alrededor. El corto vestido azul centelleaba cubierto de pequeños cristales y los patines blancos eran más impolutos que el propio hielo, demasiado rayado ya por las cuchillas.

Sin previo aviso comenzó a aminorar la velocidad mientras se encogía sobre si misma hasta que acabó de rodillas contra la fría superficie. Llevaba horas bailando, sin música, sin publico. Se dejaba llevar sin más.

Cuando el metal dejó de atacar al hielo, el silencio inundó el lugar. Paz, cansancio, tranquilidad y frío. Extrañamente eso la hacía sentir mejor. No importaba cuan sola estuviera, no se sentía así. Sobre la pista era libre y aquello era todo lo que importaba.

Al recuperar el aliento se le volvió a levantar y se deslizó hacia la salida de la pista. Se quitó los patines y entró en el vestuario a cambiarse para volver a casa.