miércoles, 23 de abril de 2014

Matando dragones.

Son ya difíciles de encontrar esas mágicas criaturas nacidas del fuego para que llegue el narcisista caballero de turno y decida matarlo. Cree que así recuperará a la princesa, sin parar ni un instante a pensar que quizá no se la robaron, que quizá ella nunca fue suya, que siempre fue libre, que decidió marcharse.

Y, es que, para el ególatra en armadura, es impensable el rechazo. Es incapaz de aceptar que en la cueva del dragón haya más oro escondido que el que pueda haber en su castillo.

Tal vez la verdad sea que el dragón es quien realmente rescató a la damisela, pero la historia la escriben los vencedores, no sus muertos enemigos. Tal vez la realidad sea que la princesa nunca quiso ir con ninguno de los dos, pero nadie le dio otra opción.

Quiero dragones, fuertes, solitarios, llenos de rugiente magia, que vuelan y caminan. Quiero princesas que hablen y luchen, que decidan, que se hagan escuchar. Quiero príncipes que pierdan, que escuchen, que no basen su valor en sus conquistas amorosas.


No maten dragones, son difíciles de encontrar.

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